Después de haber ganado el Óscar, mi salario se duplicó, mis amigos se triplicaron, mis hijos se hicieron más populares en la escuela, mi carnicero me tiró los tejos, y mi criada me pidió un aumento de sueldo.
Es totalmente cierto que me crié en esa tradición aficionada británica, aquella que siempre sostuvo que si eras razonablemente bueno en cricket, conocías uno o dos textos en Latin y unas cuantas citas interesantes de Oscar Wilde aptas para fiestas de cenas, estabas prácticamente listo para ir y ocupar un puesto remoto en Hindustán.
Nunca voy a ganar un Oscar, y ¿sabes por qué? En primer lugar, porque no soy judío. En segundo lugar, gano demasiado dinero para todos esos vejestorios en la Academia.
He hecho una película. Y no es una película de la cual quiero depender, en cuanto a capacidad de actuación se refiere. Es decir, no voy a ganar un Oscar en un futuro cercano. No soy Meryl Streep.