Un rey, dándose cuenta de su incompetencia, puede delegar o renunciar a sus funciones. Un padre no puede hacer eso. Si tan solo los hijos pudieran ver la paradoja, entenderían el dilema.
Rodéate de las mejores personas que puedas encontrar, delega autoridad, y no interfieras, siempre y cuando la política que hayas decidido se esté siguiendo.