Ningún caballero o sacerdote mentiroso prosperó nunca, sin importar el tiempo, sobre todo no en los tiempos oscuros. Los hombres prosperaban sólo cuando seguían un propósito abiertamente declarado y predicaban credos cándidamente amados y dignos de confianza.
Mi prueba de que soy salvo no reside en el hecho de que predico, o que hago esto o aquello. Toda mi esperanza radica en esto: que Jesús Cristo vino a salvar a los pecadores. Soy un pecador, confío en él, entonces él vino a salvarme, y soy salvo.
No voy al Cielo porque haya predicado a grandes multitudes o leído la Biblia muchas veces. Voy al cielo al igual que el ladrón en la cruz que dijo en ese último momento: 'Señor, acuérdate de mí'.