Tal vez deberíamos considerar una regla de oro en política exterior: no le hagagamos a otras naciones lo que no queremos que nos hagan. Borbardeamos incesantemente estos países y luego nos preguntamos ¿por qué se enfadan con nosotros?
Nuestras más grandes pretensiones no se construyen para ocultar lo malo y lo feo que hay en nosotros, sino nuestro vacío. Lo más difícil de ocultar es aquello que no está ahí.