Mi mayor decepción es que creo que los que pasamos por la guerra y tratamos de escribir sobre ella, sobre la experiencia, nos convertimos en mensajeros. Hemos dado el mensaje, y nada cambió.
Hay algo sagrado en las lágrimas. No son la marca de la debilidad, sino del poder. Hablan más elocuentemente que diez mil lenguas. Son los mensajeros de la abrumadora tristeza, del arrepentimiento más profundo y del amor más inexpresable.