La oposición es indispensable. Un buen estadista, como cualquier otro sensible ser humano siempre aprende más de sus opositores que de sus fervientes partidarios.
Una verdad científica no triunfa convenciendo a sus opositores y haciéndolos ver a la luz, sino más bien porque sus oponentes eventualmente mueren y crece una nueva generación que está familiarizada con ella.